Emilia hizo vibrar el Auditorio Nacional, no solo con su voz si no con la forma en que se entregó de principio a fin. Desde el primer minuto se sintió que no era un concierto cualquiera, era como una fiesta compartida, un abrazo enorme entre miles que gritaban su nombre y seguían cada paso de su baile con el corazón en la mano.

La argentina nos llevo de la euforia al silencio, del movimiento desenfrenado al nudo en la garganta. En medio del show no pudo contener las lagrimas, confesó que todavia no se creia estar parada en ese escenario y que amaba profundamente al público mexicano. Cada canción fue como un espejo donde todos nos vimos reflejados, entre gritos, luces y lagrimas que parecian hablar el mismo idioma.

Esa noche no importaban géneros ni fronteras, lo unico real era la conexión. Emilia no solo lleno un escenario, lleno el pecho de cada persona ahi presente. Y cuando las luces se apagaron quedo flotando la sensación de haber vivido algo unico, algo que va a quedarse en la memoria por siempre.